martes, 6 de diciembre de 2011

Las peluquerías ya no son lo que eran

Recuerdo visitar todos los meses la peluquería del barrio, en la que el dueño Jesús saludaba efusivamente por su nombre a cualquier cliente que entraba y le preguntaba por su trabajo en tal empresa, por su suegra doña Rosario o por el dolor de espalda que sufría la última vez que lo había visitado. 

A aquel hombre le interesaba de verdad la vida de todos sus clientes, se preocupaba por ellos y les escuchaba atentamente mientras manejaba con precisión tijeras y peine hasta finalizar aquel corte tan característico. El resultado era siempre el mismo peinado: corto por los lados y por arriba un poco más largo para que se pudiese peinar bien a raya. Jesús siempre preguntaba cómo querías que te cortase el pelo y escuchaba atento la respuesta como para darte esperanzas. Sin embargo, daba exactamente igual que le hablases de mechas, melena, flequillo o cresta; podías estar seguro de que acabarías yendo a casa con el mismo resultado que la última vez que lo habías visitado. Así, mamá se alegraba de nuevo al verte llegar y alababa satisfecha a aquel hombre, que parecía tener un pacto secreto con todas las madres y abuelas de los alrededores para que el resultado del corte fuese siempre el deseado por ellas.

Para lograr aquel resultado, Jesús se tomaba su tiempo. Hacía pausas para hablar con uno z otro sobre el partido del sábado o se preguntaba en voz alta cuándo llovería la próxima vez, escuchando atento las opiniones de los clientes que esperaban sentados leyendo la Interviú. No les importaba aguardar un poco más o un poco menos porque estaban entre amigos, y a Jesús tampoco le fastidiaba arreglar dos cabezas menos aquella tarde si por ello disfrutaba de una interesante conversación con el pescadero del supermercado de al lado.

Foto de peluquería tomada de ojodigital.com


Sin embargo, los tiempos cambiaron como lo hicieron para tantos de aquellos pequeños comercios de barrio. Aparecieron las peluquerías a granel, cada una con dos peluqueras de veinte añitos pagadas a provisión y precios muchísimo más bajos que los de Jesús. Franquicias de renombre con agendas que llenaban a rebosar y diez minutos de tiempo para cada corte que impedían no ya únicamente una conversación, sino también cualquier retoque en el resultado. No obstante aquellos atractivos precios, los anuncios en radio y televisión y esos decorados tan seductores con preciosas fotos en las paredes habían llegado para quedarse.

El mercado fue sentenciando poco a poco, haciendo desaparecer aquellas pequeñas peluquerías y viendo cómo aparecían cada vez más de esas otras prefabricadas, casi como producidas en serie. 

Los consumidores habían preferido ahorrar unos euros en cada corte de pelo y sin saberlo habían condenado la existencia de miles de Jesuses pero también de miles de Marías, que a partir de entonces iban a tener que trabajar por sueldos irrisorios tras aprender su profesión. Eso sí, los consumidores habían creado con ello a un par de nuevos multimillonarios, como por ejemplo Alejandro Fernández Luengo, el dueño de Marco Aldany.

El capitalismo volvía a dar un golpe sobre la mesa. Unos pocos ganaban. Otros muchos perdían.

3 comentarios:

Martha dijo...

A día de hoy, la que suscribe, sigue yendo asiduamente a una peluquería de barrio. Una de esas que deberían haber desaparecido cuando todos los Antonios y todas las Marias lo hicieron...pero esta, a saber por qué tipo de suerte, sobrevivió a la quema...Imagino que algo tendrá que ver el hecho de que se modernizara en cuanto a peinados y cortes, a pesar de su forma de pensar, peeeeero, le surtió efecto...y eso es lo que importa. Lo que a mi me importa!^^

JuanRa Diablo dijo...

Pues yo conozco una en Yecla y otra en Villena por las que no ha pasado el tiempo. Han quedado como reliquias, con su clientela de siempre, gente mayor con sombrero y periódico.

¿Eres un nostágico de las peluquerías? Me suena que has hablado en más ocasiones de ellas.

Un saludo

Brubaker dijo...

Pero como se llama el peluquero, Jesús o Antonio?
Muy interesante el artículo, y no te falta razón.