sábado, 16 de enero de 2010

Los chinos sí pagan impuestos

He pasado estas navidades en Zaragoza, donde una vez más me ha dejado perplejo la abundancia de comercios regentados por chinos. Su expansión parece no tener fin, y han pasado de los restaurantes y tiendas de todo a cien a los quioscos, fruterías, tiendas de moda, supermercados, bares de toda la vida e incluso peluquerías.
Hablando sobre este asunto con un amigo me explicó que el motivo era que, debido a un acuerdo comercial entre nuestro país y el suyo, los chinos que abren un negocio en España no deben pagar impuestos durante los primeros cinco años. Los chinos supuestamente se aprovechan descaradamente de dicha ley, traspasando los negocios entre ellos de manera que nunca tienen que pagar impuestos, lo que evidentemente reduce sus gastos y les pone en condiciones favorables frente a nuestros compatriotas. Esto según mi amigo aparece regulado en un antiguo convenio entre España y China.

A mí aquella afirmación me resultó bastante sospechosa, así que decidí indagar en el asunto llegando a las siguientes conclusiones:

1 – Que los chinos no paguen impuestos durante los primeros cinco o incluso siete años en España es efectivamente una creencia generalizada en nuestro país. Se escucha en la calle, se habla en los bares, se comenta en los foros...

2 – Incluso un periódico ha publicado esta afirmación. Enlace. No descarto que haya aparecido también en otros medios.

3 – Es cierto que existe un acuerdo comercial entre China y España: «Convenio entre el Gobierno de España y el Gobierno de la República Popular China para evitar la doble imposición y prevenir la evasión fiscal en materia de Impuestos sobre la Renta y el Patrimonio». El convenio data del 22 de Noviembre de 1990 y fue publicado en el BOE de 25 de Junio de 1992. Enlace. La mayoría de "opinólogos" afirma que la regulación de los cinco años sin pagar impuestos aparece en este convenio; sin embargo...

4 – Lo que hace el convenio es impedir que tanto las empresas chinas con sede en España como las españolas con sede en China deban pagar impuestos en ambos países. En ningún momento se dice que los chinos no deban pagar impuestos en España ni nada parecido; de hecho este convenio ni siquiera afecta a pequeños empresarios.

5 - Existen acuerdos similares con otros muchos países.

6 - Durante los dos primeros años, TODOS los nuevos comercios están exentos del pago del impuesto de actividades económicas. Esto es válido independientemente de la nacionalidad del empresario. Enlace. Parece ser que ésto, mezclado con el convenio mencionado en el punto tres, es lo que da origen a la mentira que nos ocupa.

Que los chinos no paguen impuestos durante los primeros cinco o incluso siete años en España es pues una LEYENDA URBANA, una mentira extendida en toda la sociedad, que además alimenta un creciente racismo hacia los inmigrantes chinos y por tanto es malintencionada.

En fin, a pesar de lo escrito en mi artículo anterior puede que seamos mucho más inocentes de lo que pensamos, ¿no?

miércoles, 13 de enero de 2010

La mentira

Dario Floreano es un tío famoso entre otras cosas por no saber hacer trucos de magia pese a parecerse bastante a David Copperfield. También es presidente del club de su pueblo de hombres peinados con raya en medio y director del laboratorio de sistemas inteligentes (LIS) en Suiza. Allí Dario, además de comer chocolate y ordeñar vacas, de vez en cuando hace experimentos con robots.

Hace ya un tiempo, Dario comenzó a experimentar con robots, ayudado por un equipo de frikis internacionales. Los robots eran sencillos mecanismos capaces de emitir y recibir luz, así como de desplazarse en un entorno liso. Dario y su equipo crearon un programa informático para el manejo de dichos robots, el cual estaba formado por un total de veinte “genes” (trozos de código). En su laboratorio, los robots fueron puestos en un entorno en el que había dos tipos de fuentes: unas de alimento y otras de veneno. Los robots se desplazaban en este entorno, se reproducían y morían. En la reproducción se recombinaban los genes de dos robots, introduciéndose además mutaciones aleatorias (cambios del código). Tras unas cuantas generaciones, los robots eran capaces de comunicarse entre sí habiendo formado cuatro grupos (tribus) diferentes. Lo más curioso es que los individuos de una de las tribus desarrollaron tras cincuenta generaciones la capacidad de mentir. Cuando encontraban veneno emitían señales que hacían creer al resto que se trataba de una fuente de alimento, y viceversa. La mentira ayudaba a sobrevivir a aquellos robots. (Artículo sobre el estudio en Discover magazine).

Los seres humanos, que tenemos a través de la evolución recursos más que suficientes para mentir, descubrimos ya de pequeños la enorme utilidad de la mentira. Cada vez que nos libramos de algún castigo o conseguimos un regalo gracias a ella, nos vamos habituando a su uso. Sin embargo, es curioso que a pesar de mentir mantengamos nuestra inocencia hasta mucho más tarde, sintiéndonos decepcionados cuando vamos descubriendo que el resto de personas también miente. Supongo que simplemente nos creemos más listos que los demás.

Ya en el mundo adulto crece la desconfianza, y cualquier afirmación nuestra puede estar bajo sospecha dependiendo de en qué círculos sea lanzada. Ya no es suficiente una mentira improvisada, sino que es necesario atar bien todos los cabos y asegurarse de que nadie va a recibir algún tipo de información de terceras personas que pueda desvelar nuestra mentira.

Cuantas más personas deban creerse nuestra mentira y cuanto mayor sea el flujo de información entre esas personas, más difícil resulta no ser descubierto. Es por eso que colar una mentira a todo un país, además tratándose de algo perfectamente comprobable, es algo casi digno de alabanza.

De esto último veremos un ejemplo en la próxima entrada.

jueves, 7 de enero de 2010

Un anónimo al descubierto

Hace ya algunos días, mientras paseaba por el centro de la ciudad alemana en la que resido, me crucé un hombre de unos treinta y pocos años vestido con ropa vieja y sucia, sin asear y que llevaba una mochila en la espalda. Me preguntó si le podía dar dos euros para un café. La mujer que le acompañaba se adelantó unos metros como vergonzosa de la situación, como si no estuviese acostumbrada a tener que hacer aquello. Un instante después de haberme preguntado, y sin haberme dado tiempo a contestar, aquel hombre comenzó a hablarme en perfecto español, no sabría decir si porque me había escuchado antes conversar en mi idioma o simplemente porque las pintas me delataban. Como si lo único que necesitase fuese un poco de conversación, me preguntó cómo había acabado yo en aquel país.

Muchas veces observo a la gente por la calle e intento imaginar cómo son sus vidas y de dónde vienen las expresiones de sus caras. Sería interesante saber lo que ha vivido aquel abuelito, pienso. Aquel día y posiblemente por primera vez, me encontré con la posibilidad de conocer más de cerca a un extraño que se me antojó harto interesante, así que no desperdicié la ocasión y formulé una pregunta tras otra.

Tras una larga conversación supe que venía de Rumanía, había vivido dos años en Francia trabajando en recogida de fruta, había juntado dinero para traer a su hermana, se había mudado al sur de España para trabajar en la construcción porque no le había gustado el carácter de los franceses, había sido feliz en España hasta que se quedó sin trabajo debido a la crisis, había decidido volver a su país y finalmente en el camino había decidido probar suerte en Alemania, donde decía que la gente estaba mucho más dispuesta a ayudar que en el sur.

Acabé la conversación deseándole mucha suerte y regalándole (que no dándole) los escasos cuatro euros que llevaba encima. Después recapacité sobre la conversación que acababa de tener y me alegré de haber conocido a aquel vagabundo.