miércoles, 24 de febrero de 2010

10 - Tenemos plan


Ya habían pasado dos meses desde mi primera visita al gimnasio. El Teclas, aunque ya recuperado de su lesión de bíceps, se negaba a volver a intentar muscularse. Había decidido regresar a su granja de hormigas, sus piropos a maduritas y sus películas porno nocturnas, dejándome por tanto solo en el camino hacia el guayismo. El Teclas y yo, o mejor dicho yo y El Teclas, nos distanciábamos cada vez más sobre todo debido a su tozudez en intentar convencerme de que debía volver a ser yo mismo, que me estaba fallando y demás soberanas gilipolleces. Yo cada vez aguantaba menos esos ataques hacia mi falsa personalidad como guay y prefería dedicar el tiempo a cosas más útiles como mirarme al espejo o ver telecinco.

Estaba concentrado en el baño arrancándome los escasos pelos del entrecejo con ayuda de las pinzas de mi madre cuando sonó el teléfono provocándome un espasmo que a punto estuvo de costarme un ojo.

- ¿Diga? – dije.

- ¿Diga? – dijo.

- No, diga usted que es quien ha llamado – dije.

- Uy, perdón, he perdido por un momento la cocentración. ¿Has hablado ya con Carlos?

- ¿Qué Carlos? – pregunté.

- ¡El de los cojones largos! Ja, ja, ja. Mira que eres pringao, Extraño Desconocido.

Por fin conocí aquella potente voz.

- Hombre, IGOR, ¿qué tal te va la vida?. - exclamé sorprendido gratamente por la llamada.

- Bien, la verdad es que no me puedo quejar. Llevo dos días sin beber agua y la piel se me ha pegado a los músculos del bíceps. Tengo los brazos con más definición que una televisión Full HD. ¿Qué tal tus bíceps?.

- Creciendo sanos. Ayer me volví a probar el polo de Zara tal y como me dijiste y ahora solo me caben dos dedos entre la manga y el brazo, y no creo que el motivo sea que me están encogiendo los dedos, tú ya me entiendes, ja, ja. (Nótese aquí el uso de la expresión "tú ya me entiendes", expresión guay donde las haya).

- Ja, ja, ja. Jaaaa. Me encanta tu humor, Extraño Desconocido. – Exclamó IGOR casi gritando -. Escucha, hace un rato hemos estado hablando Bea, Andrea y yo sobre qué hacer el fin de semana, y hemos pensado en ir a la Tuttifrutti. Como me dijiste hace un par de días que tienes coche me he dicho: ¿por qué no invitas al Extraño Desconocido a que te invite a llevarte en coche hasta allí?. Qué me dices, Extraño, ¿te apetece llevarnos el sábado?. – preguntó con toda la cara dura del mundo.

- Claro IGOR, me encantaría. Seguro que lo pasamos dabuti. – Contesté emocionado.

- Como vuelvas a decir dabuti te parto en dos, macho. Mira a ver si hablas un poco más moderno. Oye, pero... entonces entrarías con nosotros a la discoteca, ¿o qué?.

- Hombre, he pensado que esa era la idea, ¿no?. ¿O es que solamente queréis que os haga de chófer? – pregunté extrañado.

- Ejem, NO, no, no. Faltaría más. Entonces quedamos el sábado en la puerta del gimnasio a eso de las diez. Venga, cuida esos bíceps, figura - se despidió el culturista.

- Hasta entonces, IGOR.

Colgué nervioso. Todavía no era lo suficientemente tonto como para pensar que IGOR me consideraba su amigo pero, aprovechamientos a parte, aquello se trataba de mi primera salida nocturna como persona guay. Definitivamente mi vida estaba cambiando a mejor. Además, no solamente había quedado con IGOR, sino que también iban a venir Bea y Andrea. Andrea estaba liada con IGOR, así que Bea quedaba suelta a mi entera disposición. Madre mía, nada más y nada menos que Bea, una de las mejores tías que había visto en mi vida quitando las de Redtube y las televisiones autonómicas a partir de las doce de la noche. Uf, aquello iba a ser toda una experiencia, no como antes que me quedaba viendo la tele con El Teclas. Tías, discoteca, gente guay, fiesta. Uf, qué nervios. Aquello sería lo máximo. Madre mía. Y con Bea. Vaya tela. Ay, ay. Qué nervios, Dios mío. Aaaay. Uf, qué nervios. Bea. Gente guay. Disco. Aaaaaaaaaaaay.

Una fuerte bofetada me despertó de repente algún tiempo después. En un primer momento no logré entender lo que había pasado.

- ¿Eh? ¿Qué ha pasado, donde estoy? – pregunté extrañado.

- No sé, te ha debido dar un bajón de azúcar o algo y te has mareado, Extraño. Venía a visitarte para recordarte que te estás faltando a tí mismo y todo eso y te he encontrado tirado en el pasillo abrazadao al teléfono con cara de tonto. He intentado despertarte por las buenas pero como no surtía efecto he decidido abofetearte con la zapatilla. – Respondió risueño El Teclas -. Si no llego a pasar por aquí sabe Dios lo que habría pasado. No lo quiero ni imaginar.

- Pues nada, Teclas, no habría pasado absolutamente nada. Me habría despertado tranquilamente y la vida habría continuado. De hecho, incluso me habría ahorrado un zapatillazo en la cara. No creas que me has salvado la vida – contesté cabreado por el zapatillazo.

- En realidad te he dado más de un zapatillazo. De todos modos, me gustaría decirte que antes no eras así, Extraño. Antes eras mucho más jovial, desinteresado, amigo de tus amigos, honesto... ¿Ya no te acuerdas de todo lo que vivimos juntos?.

Una lagrimilla resbaló tímida por la mejilla de mi amigo mientras hablaba.

- Claro que me acuerdo, Teclas, pero he decidido seguir el camino del guayismo. Además lo siento, pero si no lo compartes me temo que no vamos a poder seguir siendo amigos. Para ser guay debo andar con gente guay, entiéndelo. Es algo que los psicólogos llaman mimetismo o algo parecido. Ósmosis creo que también tiene algo que ver con esto, sí, ósmosis. Metamorfosis en cambio creo que no, me parece que es otra cosa diferente. En resumen: o intentas ser guay como yo lo estoy intentando, o nuestra amistad no va a poder continuar.

- ¿Es eso un ultimátum? – preguntó El Teclas.

- Me temo que sí - dije entristecido.

- De acuerdo, entonces estoy contigo. Dime lo que hay que hacer, guíame en este pedregoso camino. Sé mi pastor en el sendero del guayismo – contestó decidido El Teclas.

Hice una breve y plástica pausa en la conversación para darle más importancia al momento. Miré el reloj y tras diez segundos exclamé:

- De momento cómprate gomina, Teclas. El sábado salimos de marcha.

viernes, 19 de febrero de 2010

¿Pero de qué me estás hablando? (2)

Segunda entrega de esta exitosa serie. La primera entrega puedes leerla aquí, aunque no es necesario.

A veces el uso abusivo de figuras literarias complica sobremanera la comprensión de un texto, más aún cuando es leido por personas insípidas, incoloras y olorosas como todos nosotros.

En esta nueva sección, que puede que empiece y acabe hoy o puede que siga existiendo durante años, os presento un texto escrito y "tuneado" por mí mismo y os reto a, sin conocer el contexto, decirme de qué os estoy hablando. Con todos ustedes la criatura:

El repentino silencio le impresionó. Sabía que todo dependía de lo que hiciese en aquel momento, y eso le gustaba pero a la vez le asustaba. Sintió cómo los nervios se apoderaban de él a pesar de haber pasado tantas veces por aquella situación. Simplemente nunca había llegado a acostumbrarse. Incluso dudó por un momento, seguramente presa del pánico que le producía pensar en las consecuencias que tendría su decisión, desagradables consecuencias que ya había vivido en innumerables ocasiones.

Por fin, ya más confiado, realizó lenta pero firmemente sus movimientos. Cerró los ojos cuando por fin levantó la mano derecha para mostrar el color rojo de su decisión, como si intentase no estar allí. Sabía que justo entonces comenzaría el infierno para él, un infierno que duraría días, semanas o incluso meses.



ATENCIÓN: la respuesta está en los comentarios, así que mejor piensa en la solución antes de leerlos (hacerlo después no tendría tanto mérito, ejem).

Saludos Varios.

viernes, 5 de febrero de 2010

9 - La clave es el biceps

Índice de la serie Ser guay es guay

El vestuario una pequeña sala cuadrada que apestaba a sudor. Salí afuera, tomé aire y volví a entrar. Entonces observé la estancia: una puerta al lado izquierdo daba acceso a las duchas y los baños, mientras que otra puerta a la derecha era la entrada a la sauna. Pensé en lo excitante que podría ser utilizar la sauna junto a sudorosas jovenzuelas adictas al sexo como seguramente había a miles en aquel gimnasio, pero acto seguido borré ese pensamiento de mi cabeza. Después de todo, me tenía que cambiar de ropa en frente del Teclas y quería evitar que pensase que me ponía cachondo. Mi amigo y yo nos cambiamos rápidamente para no hacer esperar a IGOR, dejamos nuestras mochilas en sendas taquillas y salimos de nuevo. Entonces volvé a tomar aire.

IGOR continuaba tensando sus músculos y guiñando ojos por doquier.

- Con suavidad, nena, con suavidad – le dijo a una cuarentona que intentaba hacer abdominales –. Tienes que hacerlo suave.

- Ya estamos aquí, IGOR – dije.

- Perfecto, chicos. Ahora que me fijo, con esos brazos y esas pintas seguro que no habéis estado antes en un gimnasio, ¿verdad?

- Hombre, ir al gimnasio no, pero yo suelo hacer estiramientos por las mañanas. Incluso puedo poner la pierna detrás de mi cabeza, así que estoy bastante en forma – se apresuró a decir el Teclas.

- Por favor, dale una bofetada con la mano abierta a tu amigo – me dijo IGOR -. Yo la última vez que propiné una bofetada maté a tres personas, así que prefiero que lo hagas tú.

¡PLAAAS! La bofetada resonó en todo el gimnasio y mi mano no tardo en aparecer en color rojo en la mejilla del Teclas.

- Estirar es de maricones, chaval, eso que te quede claro. Aquí estamos para muscular, y para muscular hay que contraer, así que olvídate de estiramientos de mierda. La próxima vez que me hables de estirar no será una bofetada lo que te llevarás sino una patada en el culo – Gritó IGOR visiblemente enfadado.

“Supongo que estos cambios de humor son fruto del abuso de hormonas, no se lo tengas en cuenta”, susurré al Teclas.

- Venga, lo primero que vais a hacer es calentar durante cinco minutos en la bicicleta estática. Escoged un culo que os motive y utilizad la bicicleta de detrás suyo.

El Teclas, que a pesar de la bofetada estaba tan pendiente de las mujeres como siempre, corrió como un loco hacia una de las bicicletas. Yo caminé junto a IGOR.

- ¿Cómo os llamáis a todo esto? – preguntó el entrenador.

- Yo soy Don Guay y mi amigo El Teclas.

- Encantado.

No me atreví a darle la mano, así que hice como si no me hubiera dado cuenta.

- Bueno, parece que este es el último culo libre – dijo IGOR cuando llegamos.

Aquello era un espectáculo más parecido a los documentales de elefantes de la dos que a los videos de entrenamiento de Cindy Crowford. Giré la vista hacia el Teclas y comprendí por qué se había apresurado tanto; definitivamente a él le había tocado la mejor bici.

Tras cinco minutos el pulso se me había acelerado tanto que ya no sentía los diferentes latidos sino un único latido permanente. La vista nublada me impedía ver al Teclas, pero suponía que no le iría mucho mejor que a mí.

- Venga, basta de bicicleta, pareja de dos. Vamos a hacer algo de bíceps – gritó IGOR desde la otra punta del gimnasio.

El Teclas y yo nos desplazamos lentamente apoyado el uno en el otro hasta donde estaba el entrenador. Una vez allí nos sentamos en un banco de entrenamiento y escuchamos todavía sin aliento las instrucciones de IGOR.

- La parte más importante de vuestros cuerpos es el bíceps, esto os lo debéis grabar a fuego en vuestras cabezas. Sí, el corazón y los pulmones son también importantes, pero sin unos buenos bíceps no valen para nada. Sin bíceps no vais a follar, y con bíceps os acabará doliendo la polla. ¿Para qué quieres tener un corazón y unos pulmones sanos si no follas?. Pues ya está, cuidad vuestros bíceps como si fueran una camiseta firmada de Massiel, porque si vosotros no cuidais de ellos, nadie lo hará.

- ¿Te gusta Massiel? – preguntó El Teclas.

- Joder, tío, Massiel es la mejor cantante pop de la historia después de Madonna y David Bisbal, solamente superada por Michael Jackson. – dijo IGOR emocionado, casi soltando una lagrimilla.

- Mmmm, sí, sí, estoy contigo – dijimos los dos casi al unísono.

- Venga, cogeis las mancuernas y os sentáis con la espalda bien recta. Ahora debéis subir las mancuernas hasta el hombro flexionando únicamente el bíceps; tanto el hombro como la parte superior del brazo deben permanecer inmóviles. Debéis hacer tres series de doce repeticiones cada una, y recordad hacerlas con cariño. Cuando acabéis me lo hacéis saber, por favor.



Tomé las pesas de seis kilos, pensé que sería suficiente para empezar. Cuando me vio, el Teclas comenzó a reir.

- ¡Jajaja! Menuda niñita estás hecho, Don Guay. No hemos venido aquí a hacer el ridículo – Me dijo mientras se dirigía a la zona con las mancuernas más pesadas.

- Ten cuidado, Teclas, no te emociones demasiado – contesté mientras levantaba con esfuerzo las pesas por primera vez.

El Teclas negó lentamente con la cabeza mientras seguía riendo y tomó de un estante dos mancuernas de veinte kilos cada una. Las arrastró con fuerza hacia afuera y, una vez ahí, no las pudo retener en el aire, doblándose su cuerpo por el peso hasta que las mancuernas, que todavía sujetaba con las manos, cayeron sobre sus pies.

- ¡AAAAAARGH!

El Teclas gritó asustando a todo el gimnasio y cayo desplomado al suelo, doloriéndose de la espalda y los pies. Dejé las mancuernas y acudí a su ayuda todo lo rápido que pude, mientras mi amigo se retorcía en el suelo de dolor.

- ¿Estás bien? – pregunté.

- ¡AAAAAAAAAAAAAAARGH! ¿Pero tú qué crees? ¡Aaaaaah!

IGOR acudió veloz a la ayuda.

- ¿Qué ha pasado, Teclas?

- ¡AAAAAARGH! Se me ha doblado la espalda y las pesas me han caido a los pies... ¡Dueleeeee!

- Vamos, hay que ir al hospital. Lo más importante es que comprueben si tus bíceps no han sido dañados.

Ni dudarlo un instante, IGOR tomó a mi amigo por la cintura y se lo apoyó en el hombró, transportándolo como si fuese un simple saco de patatas. Saltó por encima de un banco de entrenamiento y una máquina de abdominales, y en dos saltos más había desaparecido atravesando una de las ventanas que daban a la calle. Nos encontrábamos en un segundo piso, así que temí lo peor. Sin embargo, cuando por fin me asomé a la ventana tan solo pude ver un coche con el techo abollado y otros tantos parados en la carretera. IGOR había caído encima de un coche, había cruzado la carretera y había continuado corriendo hacia el hospital La Paz. Quedé boquiabierto hasta que escuché de nuevo a Beatriz, la recepcionista cachonda del gimnasio.

- Perdona, pero si no vas a entrenar será mejor que te vayas a casa, Don Guay – me llamó la atención.

- ¿Has visto eso? – acerté a preguntar señalando la ventana rota.

- IGOR a veces me da miedo, creo que tanto esteroide está empezando a volverle loco.

Beatriz seguía mascando chicle sensualmente mientras esperaba mi respuesta, respuesta que nunca llegó debido a que quedé de nuevo paralizado, esta vez observando su escote.

- ¿Por qué no dejas de mirarme las tetas, cariño? Se que estoy buena pero tampoco es para tanto.

- Perdona, Beatriz, ha sido un lapsus. Creo que me voy a ir a ver cómo está mi amigo y volveré mañana para entrenar en condiciones. Me llevo los papeles para la inscripción, ¿vale?.

- De acuerdo, Don Guay – contestó sonriendo de nuevo -. Por cierto, bonito pelo.

Bonito pelo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y recordé en segundos los últimos meses de mi vida, desde que había decidido realizar mi transformación. El maravilloso mundo de las mariposas, Benito, Jimmy Love, aquel paseante guay que rechazó mi saludo. Ahora, por primera vez, había recibido un halago de otra persona guay. Parece que el simple hecho de haber visitado un gimnasio me había dado los puntos extra que necesitaba para que el mundo guay comenzase a aceptarme. Bonito pelo.

Firmé el contrato sin pensarlo dos veces y se lo entregué a Beatriz al salir del vestuario.

- Hasta mañana, Bea – dije sonriendo.

- Nos vemos, Don Guay.