martes, 24 de febrero de 2009

3 - Problemas con Benito

Aquí encontrarás el índice de la famosa serie "ser guay es guay". Si lees los dos capítulos anteriores antes esta noche, llegará a casa de tus padres un paquete con un alargador de pene pedido a tu nombre. Pasa este mensaje al menos a cero contactos o el ordenador puede que te explote en caso de que contenga una carga explosiva.

Acababa de dar el primer paso en mi carrera hacia el estrellato guay hacía tan sólo tres semanas. Todo ese tiempo me había costado recuperarme del shock inicial que me produjo el cancelar mi suscripción a El maravilloso mundo de las mariposas... bueno, y también recuperarme de la paliza propinada por Benito Camelas Pelotas, el repartidor de la revista.

- Imagine aquí el lector un efecto de sonido molón que indica la aparición de un flashback -

- Espero que cuando estés en el hospital te acuerdes de leer El maravilloso mundo de las mariposas, porque si no ya sabes lo que te espera otra vez ¡Tengo una familia de hamsters que alimentar, maldito pisapapeles! – había gritado Benito tras introducir mi cabeza entre los radios de la rueda de la bicicleta de montaña de su tío de Guadalajara. –

- Imagine aquí el lector otro efecto de sonido todavía más molón que indica el final del flashback -

Lejos de volver a suscribirme a la revista, aquel tiempo en el hospital lo había dedicado mayormente a intentar verle las braguillas a la enfermera (mujer mayor y con celulitis, pero la única que había) y a investigar sobre el posible significado de la palabra pisapapeles utilizada como insulto. Llegué a dos conclusiones:

1 – Las enfermeras mayores con celulitis no siempre usan braguitas.
2 – La palabra pisapapeles no puede ser entendida como insulto fuera del contexto “persona que únicamente vale para impedir que un conjunto apilado de hojas de papel sea desordenado a causa de una ráfaga de aire”.

Reconozco que mis conclusiones no brillan en cuanto a lógica, pero estaba demasiado concentrado en volverme guay como para caer en la trampa de pensar seriamente en algo. Trataba de simplificar mis razonamientos deductivos hasta casi el absurdo, a veces incluso más allá del mismo, y lo curioso es que me estaba empezando a gustar aquella manera de ver el mundo.

Dediqué gran cantidad de mi tiempo en el hospital a leer o, mejor dicho, ojear las nuevas revistas de moda que Jennifer (la enfermera) me había traído del quiosco de la esquina. Puede que os parezca raro que tuviera que recurrir a ella para que me trajera revistas siendo que tengo una familia que me quiere, pero el caso es que, llevado por la euforia de mi transformación, me había registrado en el hospital con el nombre de Don Guay. Al haber cambiado repentinamente de nombre nadie pudo contactar conmigo durante aquellas tres semanas.

¿Y por qué no llamaste a tu familia por teléfono, pedazo de ameba? – os preguntaréis los más respetuosos lectores -.

Pues muy fácil: en la revista Guay People había leído que "la gente guay no busca; la gente guay es buscada."

El día de mi alta médica me despedí de Jennifer con un apretón de manos y un guiño de ojo sensual tal y como había aprendido de Bertín Osborne (estandarte del guayismo donde los haya). Cuando me encontré de vuelta en las calles, indefenso, recordé aquellas palabras de Benito Camelas:

Hospital... leer... mariposas... espera... sexo duro.

No estaba seguro de que aquellas hubieran sido exactamente sus palabras, pero el significado me había quedado claro en su día: si no me volvía a suscribir a El maravilloso mundo de las mariposas, aquel tipo era capaz de propinarme otra paliza de igual calibre o incluso de similares proporciones.

- Una foto de un repartidor -

Saqué de mi bolsillo el plan de acción que siempre llevaba conmigo y leí:

2 – Cambiar de corte de pelo.

Miré entonces hacia el cielo e intenté pensar. Benito seguramente sabía que no me había vuelto a suscribir a la revista, entre otras cosas porque no tenía nada que repartir después de que la duquesa de Alba cancelara también su suscripción, así que me estaría buscando dispuesto a darme las del calamar. Yo había cambiado mi nombre y además debía cambiar mi look según mi plan de acción, de manera que... de manera que... ¡Mierda, de alguna manera no acababa de ver la conexión de todo aquello!.

- ¡Corte de pelo a cinco euros, oiga! ¡Al rico corte de pelo! ¡Cortamos el pelo a la abuela y al abuelo! Ofertaaaaaaaaaaaa ooooigaaaa. ¡Venga, señora, que se me acaban!

Aquel hombre me había gritado al oído al pasar al lado suyo absorto en mis pensamientos. Volví la mirada y observé a lo que mi sentido común definió como un verdadero mariposón de revista (nunca mejor dicho). Unos cuarenta años, pelo rizado de unos diez centímetros “peinado” a lo afro, gafas de sol grandes y de corte anticuado, camiseta sin mangas rasgada a la altura del pecho, pantalones vaqueros que a duras penas eran más grandes que unos calzoncillos Abanderado, medias negras de rejilla y chancletas playeras. Todo ello adornado además con un moreno de solarium de esos que asustan y un par de anillos de oro en la mano derecha, uno de ellos probablemente todavía el de la primera comunión. Aquel mariposón repartía propaganda alegremente delante de su propia peluquería esperando que algún gilipollas se decidiese a cortarse el pelo.

- ¿Cuánto dice que cuesta el corte de pelo? – pregunté.

- Nueve euros por ser tú, guapetón.

- Hecho. Afila las tijeras, amigo, y prepara el tinte que aquí llega Don Guay.

Continúa felizmente (o no) aquí:
Jimmy Love.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Más tiempo y menos basura

Dos hechos:

1 - La sociedad actual crea una serie de necesidades ficticias en la población, generando así una demanda para justificar la producción de bienes. Creo que cualquier explicación a la afirmación anterior atentaría contra el intelecto de los lectores de este blog, así que me la ahorro.

2 - La maquinaria moderna permite producir cada vez a menores costos, más rápido y con menor cantidad de mano de obra. Cuanto más avanzan las técnicas productivas menos tiempo y dinero necesitamos para producir cualquier cosa, desde comida hasta automóviles.

Una deducción:

Supongamos ahora que eliminásemos todos los productos que en realidad no necesitamos como automóviles, segundas y terceras viviendas, ropa de marca, teléfonos móviles, videoconsolas de última generación, publicidad, etc. Lo primero que nos encontraríamos como consecuencia sería a un montón de gente perdiendo su puesto de trabajo, claro. Pongamos, por poner cifras, que ese montón de parados fuese un tercio de la población activa.

¡Un 33% de paro, qué drama!

Sí, qué drama, pero dejemos eso de lado por un momento.

En la situación anterior habríamos eliminado todos los bienes innecesarios, sí, pero se seguiría produciendo la misma cantidad de ropa para abrigarse, tendríamos energía suficiente para cocinar y calentar la casa en invierno, habría la misma cantidad de comida, seguiríamos teniendo médicos, profesores, policías... El cambio consistiría simplemente en que en esta situación hipotética todo el mundo debería prescindir de los bienes materiales porque ya no serían fabricados.

Sí, muy bien, pero ahora... ¿qué hacemos con el 33% de parados?

Pues muy fácil: simplemente reducimos la jornada laboral del resto de trabajadores para dar cabida a todas esas personas. Así, todo el mundo trabajaría únicamente algo menos de cinco horas y media, pero la producción total de bienes necesarios sería la misma, pudiendo además distribuirse igual que actualmente: según el valor de lo trabajado por cada persona. Tendríamos más tiempo y menos basura. Punto.

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Claro que en la práctica este planteamiento es inviable, pero aun así...

¿Hay alguien que me pueda explicar por qué tenemos que crear cada vez más necesidades y distribuir la riqueza de manera más desigual?

viernes, 13 de febrero de 2009

Rectificar es de sabios

Estaba pensando que, tal y como dije yo mismo hace muchos años, rectificar es de sabios.
Sí, aunque a muchos les sorprenda, esa frase la dije yo. Lástima que no me diera por registrarla en su momento o, mejor aún, hacer una canción con ella y mandársela a Ramoncín para que velase por el correspondiente pago por su utilización, porque ahora seguramente sería un millonario gilipollas en lugar de gilipollas a secas.

Google nos ofrece nada más y algo menos de 150.000 resultados con la frase tal cual, escrita entre comillas: "rectificar es de sabios". Si se me hubiese pagado un mísero millón de euros por cada vez que alguien ha escrito esa frase tendría, tan sólo contando los resultados de Google, la friolera de 150.000 millones de euros.

Pero es que ahí no acaba la cosa, porque la palabra “rectificar”, la cual evidentemente también dije yo hace mucho tiempo como parte de la expresión antes citada, aparece más de cuatro millones de veces. Por tanto, si yo hubiese registrado la palabra, ahora mismo estaría seguramente limpiándome el culo con billetes de 500 euros forrados de papel higiénico (los billetes únicamente serían demasiado ásperos para mi fino culito de bebé).

Con los correspondientes cuatro millones de millones de euros lo primero que haría sería cambiar todo mi dinero a dólares zimbabuenses para tener la impresión de que todavía soy más rico. Como todos sabréis, cien billones de dólares zimbabuenses equivalen a 33 dólares americanos, que al cambio actual son a su vez 25,63 euros. Por lo tanto mi patrimonio de cuatro billones de euros ascendería en dólares zimbabuenses a la friolera de 15,6 billones de billones de dólares zimbabuenses. Es decir, quince con seis CUATRIllones de dólares zimbabuenses. Si obvio la palabra “zimbabuenses” por ser tan rara, entonces resulta que tendría quince con seis CUATRIllones de dólares, que al cambio anteriormente citado serían... ¡¡cuatro coma seis CUATRIllones de euros!!


Pensar esto le deja a uno bastante triste, la verdad. Es curioso cómo un momento de vagancia y, sobre todo, el hecho de no saber tocar la guitarra y por ello no poder escribir una canción, me ha podido privar de semejantes cantidades de dinero.

Tengo que pensar menos y comprar más ropa, está claro.

jueves, 5 de febrero de 2009

2 - El maravilloso mundo de las mariposas

Esta historia tiene su comienzo en: Ser guay es guay


Algo me hacía presentir que aquello no iba a ser nada fácil. Cogí del baño el ejemplar del mes de marzo y observé su portada con el detenimiento que merecen ese tipo de obras de arte. Suspiré, dudando profundamente de lo que estaba a punto de hacer.

Una vez decidido abrí la revista por la última página, tal y como siempre empezaba los libros mi amigo el Teclas (quizás ya ex-amigo) para saber de antemano si la historia iba a tener final feliz o no. Recordé que siempre excusaba su comportamiento argumentando que a mí también me gustaría saber cómo iban a acabar mis actos antes de mover un sólo dedo, y que yo le contestaba que me dejase en paz y pulsase el start para empezar ya el partido del Pro Evolution Soccer.

Dicen que no aprecias lo que tienes hasta que lo pierdes, y sin duda con el Teclas me pasó algo parecido. Tras tardes y tardes de crueles insultos hacia su persona, ahora hacía dos días que no lo veía y mi mundo se me venía encima. Nada que no arregle un huevo de sorpresa, pensé, y sin duda estaba en lo cierto. Tras una hora jugando con el pitufo que me había salido ya me había olvidado del gilipollas de mi ex-amigo.

Volví a coger la revista y de nuevo la abrí por la última página. Ahí estaban, como en todas las ediciones, los datos de contacto de la editorial.

- Editorial La Revista Cutre, le habla el señor Cutre. Dígame.

- Agustín, soy el artista antiguamente conocido como El Extraño Desconocido. Llámame por favor Don Guay.

- ¿Qué se te antoja esta vez, Extraño Desconocido?

- Joder, Agustín, que me llames Don Guay, que ahora molo. ¿O es que no lo oyes?

- Hombre, si te soy sincero, al teléfono me resultas igual de pringao que la semana pasada.

- Mira Agustín, te llamo para comunicarte que quiero cancelar mi suscripción a El maravilloso mundo de las mariposas. Sé que no debería darte explicaciones como persona guay que soy, pero aun así no pienso darte explicaciones.

- Pero Extraño Desconocido, ¡si después de que cancelase la suscripción la duquesa de Alba tú eres el único lector de la revista!. Piénsalo: si tú también cancelas la suscripción ya no tendrá razón de ser. Sin lectores, El maravilloso mundo de las mariposas morirá, Extraño Desconocido. Mira, si algo he aprendido sobre tí después de doce años de suscripción es que las mariposas son parte de tu vida. No puedes decidir de la noche a la mañana que prefieres ser guay y tirar todos estos años de dedicación por la ventana, y menos todavía si la ventana está cerrada. Las mariposas te necesitan, Extraño. Te necesitamos. Te necesitan, quiero decir. Porque yo no soy mariposa. Mariposón igual sí, pero mariposa no. Las mariposas te necesitan.

Ya había presentido que aquello iba a ser difícil (si no te lo crees vuelve a leer la primera frase del post), pero no tanto. Después de escuchar las palabras de Agustín Cutre no pude evitar ojear la revista una vez más. Casi instintivamente me detuve en una de las páginas, en la que estaba impresa la foto de una mariposa de hermosas alas color azul celeste y con forma de palmera de chocolate de esas de bollo que parecía mirarme con tristeza. “No me abandones, Extraño, por favor. Tú NO eres guay. No te conviertas en uno de ellos”, imaginé que me decía con voz de niño. Cerré la revista violentamente, casi como dándole un golpe en la cara a aquella mariposa, y no pude evitar pedirle perdón en mi imaginación.


- Todavía me conmueve esta imagen -

- Ya está decidido Agustín. Yo ahora molo y sé que no puedo compatibilizar ser guay si cada mes recibo en mi buzón una revista como El maravilloso mundo de las mariposas. Cuando hagas una revista de moda me llamas y ahí estará mi suscripción.

Colgué el teléfono y, por segunda vez en mi corta vida como Don Guay (el Don Guay para los guays), pareció introducirse una partícula en mi ojo provocando mi llanto incontrolado durante más de media hora.

Fue entonces cuando comprendí que ser guay no iba a ser un camino de rosas y sexo duro como había imaginado. Bueno, puede que ya lo hubiera comprendido antes.

Busqué otro huevo sorpresa en la cocina para pasar la pena.

Continúa en:
Problemas con Benito.