jueves, 23 de octubre de 2008

Voces en mi armario III: El desenlace

¡Por fin la última entrega de la miniserie Voces en mi armario!. Matrix, El señor de los anillos, Star Wars... y ahora Voces en mi armario se convierte en la nueva trilogía de éxito.

Si eres nuevo deberías leer antes las dos primeras partes de la historia; ¿o es que te gusta saber el final de las historias antes de leerlas?.

En caso de que te de pereza leer tanto porque ya los catálogos del Carrefour se te hacen largos, te recomiendo empezar con cualquier post que no sea de la serie, como por ejemplo el anterior. Para los que tengan tiempo y ganas:

Voces en mi armario I
Voces en mi armario II

Y ahora vamos al tema:


...¡Sorpresa!

Aquello no podía estar sucediéndome a mí. No era un "sorpresa" el que había escuchado sino dos:

- ¡Sorpresa, sorpresa! - repitió aquella voz -.

Poco a poco fui recuperando la visión gracias a que aquella luz blanca se había apartado de mi asustada cara. Pude entonces ver a un chaval de unos cincuenta años con una gorra de béisbol hacia atrás que sostenía sobre su hombro una videocámara, y comprendí rápidamente que el foco de la misma era lo que antes me había cegado. Volví inmediatamente la vista a la derecha, y entonces se acabó de confirmar mi sospecha. Ahí mismo estaba: Isabel Gemio. ¡Isabel Gemio en persona, en todo su espendor y en mi habitación!.

- Ahí está ella presentando su programa, qué tiempos -

Giré mi cuerpo hacia atrás para coger impulso con la idea de propinarle una patada giratoria en todo el dedo meñique porque por aquel entonces odiaba su programa, pero cuál fue mi sorpresa cuando Isabel cayó inconsciente en mis brazos sin poder antes decir nada. Decidí dejar la patada para más tarde y miré al cincuentón adolescente de la videocámara con cara de esperar una explicación mientras seguía sujetando a Isabel.

- Esto... hola, Extraño Desconocido - dijo mientras grababa, el muy gilipollas -. Me llamo Pepe pero me llaman Junior porque a mis cincuenta estoy hecho un chaval.

Dejé caer a Isabel al suelo, la cual continuaba inconsciente, y le pregunté a Junior:

- ¿Se puede saber qué coño hacíais en mi armario?

- Mmmm, supongo que no debería decírtelo por no fastidiar la sorpresa, pero por otra parte ya no podremos usar las imágenes para el programa porque la jefa se ha desmayado. Ahora te cuento en detalle, pero antes necesito por favor un vaso de agua y un poco de papel higiénico. - apagó la cámara mientras decía esto último y me señaló la boca con saliva reseca -.

Junior me convenció de que no debíamos dejar caer a Isabel por las escaleras tal y como yo había propuesto sino bajarla entre los dos con cuidado, y así lo hicimos. La tumbamos en el sofá y yo no pude evitar pintarle un bigotillo con un rotulador que tenía encima de la mesa para esas ocasiones. Eso de putear a la gente dormida no lo puedo evitar, soy así. Le serví a Junior un vaso de agua del grifo porque la de botella estaba muy cara y le traje un poco de papel higiénico. Nos sentamos los dos en el otro sofá al lado de Isabel Gemio.

- De ese color verde es en realidad mi coche, no mi baño. En serio -

- ¿Para qué es el papel? - pregunté -.

- Es que me he tirado un pedo antes en el armario y creo que ha venido con regalo - contestó Junior mientras introducía la mano dentro del pantalón -.

Miré asqueado hacia otro lado y le llamé asqueroso. En otra ocasión le habría echado de mi casa, pero la curiosidad era demasiado grande y necesitaba una explicación a todo lo sucedido.

- Cuéntame, Junior - dije -.

- Extraño Desconocido, lo cierto es que llevamos ya dos días ahí encerrados. Tu abuela nos ayudó a entrar pero después nos cerró la puerta supongo que sin darse cuenta.

Sacó el papel higiénico y lo introdujo en el bolsillo del pantalón de Isabel mientras me miraba esbozando una sonrisa. Cosas de críos, pensé.
- Un equipo técnico estuvo manipulando el televisor para que únicamente pudieses ver el programa de Ana Rosa Quintana y así fueses a dormir lo antes posible - continuó Junior -. Entonces el plan era salir los dos del armario y darte la sorpresa. Isabel estaba muy ilusionada porque hasta entonces sólo había dado sorpresas en el plató y decía que ésta sorpresa iba a marcar un antes y un después en la historia de la televisión. Sin embargo no viniste a casa a dormir y a tu abuela se le olvidó que estábamos en el armario.

- Sí, es que ayer me quedé dormido en el autobús y estuve toda la noche haciendo la ruta del 33. Cuando me desperté ya eran las ocho de la mañana así que no tuve tiempo de pasar por casa - dije, un tanto avergonzado -.

- Estuvimos gritando un buen tiempo pero nadie nos escuchó - continuó Junior -. Pensamos también en llamar por teléfono a alguien pero dentro de tu armario no hay cobertura, por lo que tuvimos que pasar la noche ahí dentro. Fue un infierno, no veas cómo ronca la Gemio. Hoy cuando finalmente conseguimos que te despertases Isabel todavía quería darte la sorpresa pero con susto incluido, así que me dijo que dejase de hacer ruidos cuando te acercases al armario para intentar acojonarte. Por desgracia acabaste saliendo de la habitación y hemos tenido que pasar unas cuantas horas más encerrados. Llevamos día y medio sin comer ni beber, por eso se ha desmayado Isabel.

- Vaya panorama: ¡casi la palman dos personas dentro de mi armario! - dije sorprendido -. Estáis locos, Junior.

- Siempre he sido amante del riesgo - me contestó intentando impresionarme-.

Después de aquella pequeña conversación decidimos ayudar por fin a Isabel. Llené el cubo de la basura (el de la fregona lo había tirado, recordad) de agua fría y lo volqué de golpe encima de su cabeza, lo cual sin duda ayudó a que su estado de ánimo al despertar no fuese el mejor de los posibles.

- Más o menos así quedó la Gemio -

- ¿Pero tú eres subnormal? - me dijo ella -. Encima de lo que hemos pasado por tu culpa ahora me fastidias el peinado. Si es que tú más tonto y no naces.

- Oye, perdona pero la historia de mi armario no es culpa mía. Habéis sido víctima de una situación desagradablemente intolerable debido a la combinación fatal de diferentes circunstancias - dije, intentando que Isabel se dedicase un rato a pensar en el significado de la frase -.

- Junior, coge la cámara y vámonos - dijo Isabel después de veinte minutos pensando, tiempo que aproveché para ir al baño porque ya hacía rato que me estaba meando otra vez-.

- Pero... ¿y qué pasa con la sorpresa? - contestó Junior -.

- A tomar por culo la sorpresa, tengo cita con el cirujano plástico en media hora para hacerme un lifting, así que otra vez será.

Isabel se secó en el pelo con el trozo de papel higiénico que encontró en su bolsillo (¡buaaah, qué asco!), se levantó, me miró con cara de odio, me regaló después una foto suya firmada en la que salía lanzando un beso y desapareció finalmente junto con Junior mientras él lo grababa todo (todavía me pregunto para qué).

domingo, 19 de octubre de 2008

Flores para Algernon

Hace poco tiempo he acabado el libro Flowers for Algernon (flores para Algernon), escrito por mi buen amigo aunque él todavía no lo sabe Daniel Keyes. La novela, que data de 1966, es una adaptación de un cuento de 1959 también suyo. Se ve que el hombre se dejó toda la imaginación en escribir el cuento y claro, como después de aquello de algo tenía que vivir, pues se decidió a escribir la correspondiente novela. Además ha habido diferentes adaptaciones teatrales, cinematográficas e incluso radiofónicas del trabajo, lo cual nos indica todavía más claramente que mi amigo Daniel Keyes poco más hizo en su vida que escribir un cuento genial.


Yo, decidido a seguir sus pasos, estoy escribiendo una historia de ciencia ficción con la que pretendo hacerme famoso. Trata sobre un banquero arruinado que viaja al pasado para vender su chalet justo antes de que la burbuja inmobiliaria explote. Sin embargo, todos sus planes se van al traste cuando en el pasado se enamora de una bailarina de striptease que en el futuro tiene más años que Matusalén por lo que el banquero no sabe si volver al futuro o quedarse en el pasado y por ahora ya no sé cómo continuar la historia. Creo que me hacen falta más personajes que no sean robots.

Volviendo a Flowers for Algernon, el libro nos cuenta la historia de Charlie, un joven de 32 años que sufre un retraso mental. Charlie decide someterse a una operación experimental que ya ha sido realizada satisfactoriamente en ratones, gracias a la cual podrá aumentar drásticamente su coeficiente intelectual, convirtiéndose así en un auténtico genio. La historia se nos relata a través de los informes de progreso que Charlie debe escribir para documentar su evolución antes y después de la operación, lo que supone un punto de vista muy personal que nos hace identificarnos sobremanera con el protagonista. Podemos además observar la evolución de la inteligencia de Charlie por cómo va mejorando su manera de escribir en cada informe.

Se trata de una historia sobrecojedora que logró ponerme un total de tres pelos de punta y que recomiendo encarecidamente a todo el mundo. Léela, venga, léela, venga, que está muy bien, venga, léela, joer. Pues eso.


- La portada en su última reedición inglesa -

El libro además de ser muy bueno hizo que me interesase por el tema CI (coeficiente o cociente intelectual). El CI como todos sabéis es un valor que inventó una madre para averiguar si su hijo era más listo que el hijo de su amiga y así poder vacilarle mientras los pequeños jugaban a fútbol. Se fue extendiendo la cosa y acabó por usarse mundialmente como herramienta de medida de la inteligencia.


Los tests de CI se confeccionan y evalúan de tal manera que sus resultados tienen una
distribución estadística gaussiana de media 100 y desviación estándar aproximadamente de 15. Se considera superdotada a una persona, con o sin gafas, cuyos resultados estén por encima del 98% de la población. Esto quiere decir que dos de cada cien personas son superdotadas, por lo cual no lo son únicamente aquellos chavales que a los dos meses ya saben mandar emails y jugar al póker sino que lo podría ser perfectamente tu panadero, por poner un ejemplo. De hecho, bastaría con buscarte 98 amigos más tontos que tú para poder afirmar que eres superdotado... ¿o no?

Al hilo de todo ésto es también interesante el
Efecto Flynn (para darle más gracia, léase el nombre con sonido de campanilla de esas que se ponen en la recepción de los hoteles). El Efecto Flynn (jeje, otra vez) consiste en el aumento progresivo del CI de la población en aproximadamente tres puntos cada diez años. No obstante hay estudios recientes que parecen indicar el parón del efecto Flynn (jijiji) en la década de los noventa e incluso una regresión del CI de los jóvenes en los inicios del siglo XXI, seguramente debido a la emisión de programas como Aquí hay tomate o Gran Hermano sustituyendo a clásicos del calibre de Érase una vez la vida o Barrio Sésamo.

- Arriba un chaval superdotado -

Por último os dejo un chiste inteligente aprovechando la ocasión:

El doctor Antonio Barraquer está atendiendo a un nuevo paciente:
- ¿Ve aquella letra de la pared?
- Sí, señora.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Voces en mi armario II

- Continuación de Voces en mi armario - (no seas vago/a y léete primero la primera parte, hombre/mujer)

¿Ya está? Vale, entonces vamos allá.


Una vez me había desecho de la fregona lanzándola con violencia al cubo de la basura, no sin antes despedirla con un cariñoso abrazo y sentidas lágrimas de pesar, me dispuse a entrar otra vez en casa para desvelar el misterio de las voces. Cuál fue mi sorpresa cuando al echar las manos al bolsillo no encontré otra cosa que mi peludo huevecillo izquierdo: el bolsillo del pijama, a parte de estar más vacío que la vitrina de trofeos del Trujillo F.C., tenía un hermoso agujero en su fondo que garantizaba la pérdida inmediata de cualquier objeto de valor. Esto significaba dos cosas:

B- Me había dejado las llaves dentro de casa.

C- Aquel pijama de Barrio Sésamo era demasiado viejo.

Prefiero no escribir la letra A en la enumeración debido a que me jode su exceso de protagonismo, apareciendo siempre en primer lugar y siendo la letra más utilizada en nuestro idioma.

- Qué maja ella -

Con la tontería eran ya las tres de la mañana de un martes y yo estaba en la calle con un pijama de Barrio Sésamo y, lo que más me jodía, sin peinar. Aquello era digno de mis peores pesadillas infantiles.

Imaginé lo que pasaría si a alguno de mis vecinos frikis le daba por grabarme y colgar el video en Youtube y decidí que mi dignidad valía más que el cristal de mi ventana. Dí entonces unos pasos hacia atrás, cogí carrerilla y salté de cabeza cual saltador de cabeza (qué pasa, no se me ocurría ninguna comparación mejor), atravesando la ventana y cayendo encima de una mesa de mármol del siglo XII más o menos. Entre los cortes, las contusiones y la pena por haber despedido a mi fregona, puedo afirmar que aquel momento fue uno de los 1035 más dolorosos de mi corta vida. Desde la tranquilidad que me proporciona estar relatando ahora esta historia sentado frente a mi ordenador me pregunto por qué coño no rompí la ventana con una piedra y entré como una persona civilizada a través de ella... supongo que por ver demasiadas películas de acción.

Con la cabeza vendada y una vez me hube recolocado el hombro derecho subí las escaleras, sorprendentemente sin sufrir ningún accidente. Estaba llegando al final del pasillo cuando de repente sonó el timbre de la puerta. Noté cómo me temblaba ya el ojo y me subía la temperatura corporal producto de la ira, totalmente justificada por otro lado. Supongo que aunque sea una persona tranquila se entenderá que, a esas alturas de la noche, llevaba encima un cabreo considerable. Barajé la posibilidad de ignorar el timbrazo pero decidí finalmente abrir la puerta y simplemente asesinar a la persona capaz de tener la idea de llamar a mi puerta a esas horas de la madrugada.

Una vez abajo intenté tranquilizarme antes de abrir. Sería una putada que me encarcelaran por asesinar a alguien y quedarme sin resolver el puto misterio de las voces, me dije a mí mismo. Abrí la puerta y tras de ella apareció mi encantadora vecina de enfrente. Unos ochenta años, siempre vestida con delantal y con más arrugas que mis camisas desde que vivo solo.

- Imposible aguantar a la mujer -


- Hola, extraño desconocido. He escuchado ruidos de cristales rotos y quería preguntarte si estás bien.

- ¿Usted no duerme, señora?

- Estaba haciendo yoga. ¿Entonces está todo bien?

- Sí, más o menos. Pero gracias por preguntar.

- ¿Qué tal anda tu madre?

- Bien.

- ¿Y tu hermano qué hace?

- Durmiendo, supongo.
- ¿Que duerme mucho o qué?

- Señora, creo que me voy a volver a acostar.

- Ay, hijo mío. Si es que la juventud de hoy estáis todo el día cansados. Yo a tus años...

¡Plas! Portazo en la cara más que merecido. No estaba yo en aquel momento como para aguantar conversaciones vanales de vecinas ancianas. Sentía que ya me había sucedido todo lo que me podía suceder aquella noche, así que me relajé y, seguro de que esta vez no volvería a ser interrumpido, me dirijí por enésima vez a mi habitación. Los ruidos, lejos de haber cesado, se habían acrecentado considerablemente. La variedad de sonidos que se podían distinguir era verdaderamente inquietante. Noté cómo al acercar la mano derecha al tirador se aceleraba mi pulso producto de la adrenalina. Coloqué instintivamente mis otra mano delante de la cara adoptanto una postura de defensa y me dispuse a tirar de la puerta lo más fuerte posible intentando evitar que, fuese lo que fuese aquello que se escondía en mi armario, tuviese tiempo para reaccionar.

Tras un segundo en el que sentí verdadero pánico, aterrorizado por lo que pudiera sucederme, tiré con todas mis fuerzas, cerrando al hacerlo los ojos de manera instintiva a causa del miedo.

Aquel momento me pareció al menos dos momentos. Cuando finalmente volví a abrir los ojos fui cegado por una potente luz blanca a la altura de mis ojos. Pensé que había muerto y aquella luz era esa de la que hablan las personas que han estado al borde de la muerte, pero tan sólo un instante después escuché una voz que me resultaba algo familiar:

- Algo así fue lo que ví -


- ¡Sorpresa!...


Tienes suerte, la continuación ya existe: Voces en mi armario III: el desenlace
Que la disfrutes

martes, 7 de octubre de 2008

Dormir menos

Mi interés por el tema de hoy fue consecuencia lógica de un problema que me venía martirizando desde hace un tiempo (más de diez minutos, que conste). El hecho de trabajar me ha cambiado la vida más que tener una foto con Roberto Carlos, y lo cierto es que, aunque hay muchas cosas buenas en dejar de visitar la universidad, independizarse y poder invitar a copas a las tías, currar todos los días ocho horitas (mínimo) me había llevado a una fase de mi vida un tanto decepcionante.

Pensando en las razones que me hacían afirmar lo anterior descubrí que mi gran problema era el carecer de aquel tiempo que en mis años universitarios ni siquiera sabía en qué invertir. La razón principal es sin duda el hecho de trabajar junto con el vivir fuera de casa, por lo que a las mínimas ocho horas de trabajo hay que sumar hacer la comida, limpiar, lavar la ropa y otros menesteres; lo que reduce vertiginosamente el tiempo disponible. Y es que no nos engañemos: vivir con tus padres puede ser a veces un coñazo, pero eso de comer a mesa puesta y que la ropa se lave y se planche sola le ahorra a uno mucho tiempo.



Como buen resolutor de Sudokus que soy me puse de inmediato a analizar mi problema e intentar darle una solución. Una vez descartada la posibilidad de volver a mi nido materno más que nada por no tener que aguantar los ronquidos de mi hermano, seguí buscando posibilidades para ganarle al día esos minutos que me faltaban para leer, hacer más deporte, experimentar con mi gata, conquistar el mundo...

Hice una lista con el tiempo diario que dedicaba a cada tarea con la intención de descubrir de dónde rascar un par de horitas, y al acabarla quedó muy claro cuál era la mayor fuente potencial de tiempo: mi mejor opción era quitarle horas al sueño.

Tras un largo proceso de investigación que consistió en preguntarle a Google y leer un par de páginas, llegué a unos cuantos descubrimientos. A saber:

- El sueño se divide en ciclos de unos noventa minutos. A lo largo de este tiempo pasamos de una fase de sueño ligera a una más profunda y por último de nuevo a una fase ligera. Lógicamente estoy abreviando mucho, pero no se trata aquí de reproducir toda la información que ya está en la red, sino de dar un pequeño resumen de la misma. Si os interesa, basta con escribir "fases del sueño" en google y encontraréis material para leer durante meses.

- Hay una gran diferencia entre despertarse en una fase ligera o una profunda. Si estamos en la fase profunda y suena el despertador nos sentiremos como si nos acabaran de dar una paliza, mientras que si suena en la fase ligera nos levantaremos más frescos que un ecuatoriano en el polo norte. Ésto explica por qué a veces dormimos tan sólo tres horas y estamos genial mientras que en otras ocasiones descansamos cuatro horas y estamos medio muertos. Es importante destacar que es más fácil que nos despertemos durante una fase ligera que durante una profunda. Por ejemplo, los rayos del sol entrando a través de la persiana o el dulce sonido de una lejana taladradora nos despertarían si estamos en la fase ligera pero no si nos encontramos en la fase profunda.


- El tiempo que necesita dormir cada persona es variable: El 90 por ciento de las personas necesita dormir entre 7 y 9 horas, otro 5 por ciento de 9 a 10, y el resto de 4 a 7 horas. La media parece estar en un poco más de ocho horas, que es lo que yo dormía normalmente.

- Existen básicamente tres maneras de dormir (también llamados tres tipos de sueño): monofásica, bifásica y polifásica. Sí, como los cables eléctricos.

1 - El sueño monofásico es el que utiliza la gran mayoría, es decir, dormir sus ocho horitas todas las noches.

2 - El sueño bifásico consiste en dormir una siesta a lo bestia: uno duerme cuatro horas y media por la noche y a media tarde se regala una siestaza de una hora y media. En total seis horas.

3 - Por último tenemos el sueño polifásico, que es la variante para la gente más hardcore: se trata de dormir minisiestas de veinte minutos cada cuatro horas, por lo que te pierdes únicamente dos horas al día. Me resultó muy interesante al respecto la experiencia de Steve Pavlina, un gafudo que estuvo experimentando durante un tiempo con esta manera de dormir (el blog está en inglés, que conste).

A consecuencia de lo expuesto y tras leer un par de artículos decidí primero usar dos despertadores: uno que hace sonar la radio tras un número entero de fases de sueño (normalmente tras siete horas y media, lo que ya supone ganar media hora), pero a un volumen tal que únicamente me despierta durante mi fase ligera (logrando así sentirme descansado) y un segundo despertador "de emergencia" a la hora máxima a la que me puedo levantar para no perder mi trabajo, ésta vez con el clásico RIIING que tanto odio. He de decir que ésto ha dado un resultado muy satisfactorio. Ya hace algún tiempo que no suena el despertador de emergencia y me levanto sin sueño, por lo que he ganado media hora al día y además me siento mejor por las mañanas.

Además, dado que dormir menos de siete horas y media me hace estar cansado a los dos días, decidí probar el sueño bifásico para ahorrarme otros noventa minutitos diarios (el sueño polifásico me resulta demasiado extremo: no creo que estuviera bien visto que durante el trabajo diese un par de cabezadas al día apoyado en el ordenador). Sin embargo, lo que todavía no he decidido es cuándo voy a empezar con ello, ya que me gustaría elegir un momento adecuado para no acabar dejando la cosa en un mero intento. Lo que sí está claro es que cuanto lo haga daré parte aquí mismo (supongo).

Si funcionase el sueño bifásico invertiría el tiempo ganado en entrenar mi cuerpo y fabricarme un traje de superhéroe para defender a la Tierra de posibles ataques alienígenas, meteoritos y cosas peligrosas en general, al menos hasta que se me ocurriese otra cosa mejor que hacer.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Voces en mi armario I

Si mi memoria no me falla, aquello sucedió en una de esas cálidas noches de invierno que de vez en cuando nos ofrece el extraño clima Alemán. Debido a la época del año la calefacción estaba encendida al máximo, cosa que suelo hacer entre el 28 de Agosto y el 16 de Abril cuando el frío aprieta. En caso de que la temperatura suba demasiado me voy quitando ropa hasta que, si todavía tengo calor, comienzo a abrir las ventanas.

- Mi sillón-radiador para el invierno -

Este método, aunque a primera vista puede parecer improvisado e ilógico, fue inventado hace unos dos años por unos científicos en Sudán tras un largo brainstorming y antes de una partida de damas. Cuando supe de su existencia a través de una página porno de internet no tardé en aplicarlo, seguramente motivado por aquellas fotos de mujeres desnudas con guantes de lana. Hasta ahora el uso del método únicamente me ha traído desgracias en forma de facturas, pero espero que alguna vez la suerte me sonría.

Bien; aquella noche estaba yo sudando en mi cama cuando de repente comencé a escuchar un extraño ruido que provenía del interior de mi armario. Fijé mi atención en aquel sonido intentando adivinar su origen, pero todo lo que conseguí fue que me entraran ganas de orinar (iba a escribir "mear", pero me ha parecido un verbo un tanto grosero para este texto, ¿será que me hago mayor?).

Cuando regresé del baño aquel ruido se había acentuado. Ahora podía distinguir unas voces, también algo así como una persona serrando madera e incluso el constante chirriar de una rueda desengrasada. En conjunto aquello sonaba como una especie de fábrica pero claro, eso era totalmente ilógico proviniendo del interior de mi armario.

Paré a organizar mis ideas. Eran las dos de la mañana y llevaba acostado desde las doce. No había bebido alcohol ni tomado ningún tipo de drogas. Estaba en mi habitación. Me pellizqué para comprobar que no estaba soñando. Me pasé con el pellizco y me hice un poco de sangre.

En efecto, nada parecía extraño a excepción del armario. Los ruidos continuaban escuchándose muy claramente. Observé mi armario detenidamente durante unos segundos sin descubrir nada, y entonces decidí acercarme.

- Bonito armario, ¿no? -

Curiosamente, en cuanto levanté mi pierna del suelo aquellos ruidos se tornaron primero un murmullo para acallarse luego por completo tras mi segundo paso. Aun así acerqué mi mano al tirador derecho, el cual estaba más bajo que el izquierdo debido a mi total incapacidad para montar muebles, y decidí averiguar qué era lo que estaba pasando allí. Levanté mi brazo, abrí mi mano y la acerqué al tirador. Todo mi cuerpo estaba en tensión y supe que tenía miedo, por mucho que de pequeño hubiera hecho un cursillo de karate. Sin embargo, cuando mi mano se encontraba a 3,48 milímetros de la puerta (tenía un calibre en el bolsillo y pude comprobarlo), sonó mi teléfono móvil.

Me quedé paralizado, primero por el susto debido a la tensión en que me encontraba y segundo porque eran las dos de la madrugada de un martes. Podría ser algo importante, así que decidí aplazar unos minutos mi encuentro con el interior del armario.

Quise asegurarme de que en caso de que realmente hubiera algo ahí dentro no podría salir mientras hablaba por teléfono, así que dejé una zapatilla de ir por casa haciendo cuña bloqueando la puerta. Me calcé con unos zapatos de charol porque no podía usar la zapatilla de ir por casa y el suelo estaba bastante frío y corrí a la cocina, donde había dejado el teléfono. Contesté sofocado.

- ¿Diga?

- Hola, quería decirle que acabo de llamar a su portal y no ha contestado nadie. - dijo una ronca voz bastante seria -.

- ¿Cómo? - repliqué -.

- Pues tocando el timbre, ¿cómo voy a llamar?

- No, perdone, que digo que cómo dice - contesté, un tanto contrariado por la confusión -.

- No importa, caballero. ¿Me puede abrir por favor, que tengo que repartir otras cuatro pizzas y darle luego el biberón a mi niño?

- Me encantan las hawaianas -

Entonces lo recordé. Hacía una media hora me había despertado con el estómago pidiendo a gritos algo de comer, y debido a mi intolerancia a todo lo que no sea pizza había encargado una hawaiana (una PIZZA hawaiana, que hay que explicarlo todo). Acerqué mi bastante bien dotada nariz a la caja que me entregó el repartidor y comprobé que la pizza estaba en buen estado y a una temperatura de 34,2 grados, justo como a mi me gusta. Pagué religiosamente al chaval e incluso le di una propina consistente en un yogur de macedonia que tenía por la nevera.

Me senté en el sofá con mi pizza y una cocacola light con un par de azucarillos y encendí la tele. Por alguna extraña razón que quizás tuviera algo que ver con las voces de mi armario, en todas las cadenas aparecía Ana Rosa Quintana entrevistando a Ramoncín. Las voces de mi armario...

- ¡Mierda! (no se si lo pensé o lo grité)

Había olvidado por completo las voces. Tragué la pizza todo lo rápido que pude y fregué apresurado los cubiertos, mojando el suelo de la cocina por las prisas. Cogí por ello la fregona y sequé un poco el charco. Mientras hacía ésto observé que tenía el suelo hecho una mierda, seguramente en parte por no limpiarlo desde hace tres años, por lo que me dije a mi mismo "ahora o nunca". Ganó la opción de "nunca", así que decidí tirar la fregona a la basura y no volver a limpiar jamás.
- Continúa en "Voces en mi armario II" -