lunes, 30 de junio de 2008

Helados El extraño

Ser vendedor de helados no siempre es un trabajo fácil. Uno depende entre otras cosas de que haga calor, y eso no es algo común en Alaska.

Tras dos meses del inicio de mi andadura empresarial con Helados El extraño en Wasilla, una ciudad de unos 500 habitantes (cero más, cero menos), entendí que ese negocio no tenía futuro. Los empresarios como yo tenemos un olfato especial para este tipo de cosas; podemos reconocer más rápidamente que una persona normal si una idea va a funcionar o no. Y digo más rápidamente que una persona normal no porque nosotros los empresarios seamos subnormales, sino porque somos supernormales; una nueva clase de superhéroes. Pero esto es otra historia.


La verdad es que nunca tuve gran confianza en Helados El extraño. Sobre todo cuando, tras vender mi primera tarrina a un niño a las tres semanas de haber abierto la heladería y provocarle una hipotermia que a punto estuvo de quitarle la vida, la policía intentó cerrar el negocio. Después de aquel incidente tuve que cambiar el nombre a la heladería y dejarme bigote, ya que el negocio se había ganado una mala fama y los padres del chico habían contratado a unos sicarios para matarme. La heladería pasó a llamarse Helados Desconocido y yo pasé a llamarme Rudolf. Lamentablemente no vendí nada el primer mes, y fue entonces cuando decidí cambiar mi idea de negocio.

Empecé por ello a ofrecer también chocolate con churros. Al principio lo vendía siempre junto con un helado para potenciar a la vez las ventas de mis dos productos, pero al ver que los Wasillenses ni siquiera probaban el helado acabé por dedicarme únicamente al chocolate con churros. Las ventas crecían sin parar. Monté una cadena de heladerías en las que solo se vendian churros con chocolate. En Alaska llegaron a ser un total de dos.

Tras aquel éxito rotundo decidí ampliar fronteras y llevé Helados Desconocido a Hawaii, donde vivía un amigo mío que había conocido chateando cinco minutos a través de internet. Llamé a mi negocio Churrería Desconocida, ya que churros era lo único que se vendía. Sin embargo pronto descubrí para mi sorpresa que, por una extraña razón que todavía desconozco, los Hawaiianos no consumen churros con chocolate. Pasados dos meses decidí arriesgar una vez más y probar en Hawaii mi idea de negocio original: vender helados. Esto me dio un gran éxito.

Sin embargo, un día pensé que mi vida no tenía sentido. Estaba vendiendo churros con chocolate en una heladería de Alaska y helados en una churrería en Hawaii. Ahora además la gente se reía de mi por mi nombre, Rudolf, que por otra parte era el nombre que siempre había soñado tener. Decidí vender mi cadena multinacional y todos sus eslabones (un total de tres) a través de eBay y con el dinero que recibí me compré un nuevo teléfono y comencé a intentar ganar dinero en esos programas nocturnos tan de moda ahora pero que antes ni siquiera existían.

[este Post está relacionado con: Big Fish]

martes, 24 de junio de 2008

La oración más larga

Estoy confuso.

Tengo un pensamiento en mi cabeza.

Quiero expresarlo pero siento que no puedo.

No encuentro las palabras adecuadas para hacerlo.

Me quedo paralizado delante del monitor, creo que pensando que pienso en cómo decir lo que siento.

Me descubro con la mente evadida, los ojos fijos en un punto lejano dentro de la pared, como si intentase ver una imagen en tres dimensiones.

Acabo de darme cuenta de que cada vez estoy escribiendo frases más largas, lo cual me hace desconcentrarme y releer lo que he escrito hasta ahora.

Tras hacerlo comienzo a preguntarme cómo de larga puede llegar a ser una frase; cuánto puedo extender mi prosa sin que el texto final acabe perdiendo su sentido.

Tengo la amarga sensación de que estoy llegando al final de esta pequeña aventura debido a que escribir la frase anterior me ha costado ya un esfuerzo considerablemente grande.

Utilizar el término “considerablemente” en una oración es algo no propio del lenguaje que manejo en mi día a día y no dispongo de muchos más recursos para dilatar mi prosa, por lo que se podría decir que estoy llegando a mi límite.

Ese límite del que acabo de hablar no es un límite fijo intrínseco en mi persona sino un límite que voy a alcanzar con este pequeño ejercicio, pero el cual seguramente podría mejorar si fuera necesario, logrando frases más largas y siempre inteligibles.

Porque el ser humano tiene límites en todos los aspectos, pero por suerte no son límites fijos como la capacidad de ram de mi ordenador portátil de la marca Dell, sino límites que a lo largo de la historia se han ido superando por cada vez más y más personas.

Un ejemplo que se me ocurre mientras estoy tomando una naranjada, la cual por cierto tiene un sabor exquisito a pesar de tener cero calorías, es el de los records olímpicos de atletas de las diferentes disciplinas, los cuales se han ido batiendo sucesivamente a lo largo del tiempo.

He llegado a un punto en el que, tras haber usado varias frases concatenadas, creo que voy a tener que releer el texto para comprobar si realmente todo lo escrito hasta ahora tiene sentido, y sobre todo si no he utilizado alguna coma en algún lugar donde evidentemente debía haberse colocarse un punto.

La utilización de paréntesis y también la de tiempos verbales compuestos me habría podido aportar una serie de palabras extra que me ayudasen a prolongar todavía más mis oraciones, las cuales por otro lado han acabado por alcanzar una extensión que en ningún momento habría creído propia de mis posibilidades, debido ante todo a que me considero un principiante en esto del uso del lenguaje escrito como transmisor de mis pensamientos.

martes, 17 de junio de 2008

Los gatos hablan (II)

- Viene de "los gatos hablan" -

Después de unas semanas muy ajetreadas en las que a duras penas he encontrado tiempo para ducharme, lo cual me ha hecho poder disponer siempre de dos asientos para mí en el transporte público, logré este fin de semana continuar los experimentos con mi gata.

Del episodio anterior recordaréis mi descubrimiento: Los gatos nos entienden; somos nosotros los que no les entendemos a ellos.

Pues bien, este fin de semana lo dediqué a comprobar una serie de teorías que había ido desarrollando los últimos días mientras pasaba mi tiempo sentado en el excusado - siempre quise usar esa palabra sin provocar carcajadas, espero haberlo conseguido -. Procedo a describirlas:

1- Viendo Kyle-XY (buena serie, por cierto; aquí el enlace en ruso para hacerme el listo) se me ocurrió que quizás si escuchaba a mi gata sumergido en la bañera podría entender lo que decía. Así pues, me introduje en ella (en la bañera, no en la gata) sosteniéndola por encima de mi cabeza. Bajé lentamente hasta que el agua me cubrió por completo a mí pero no a ella. En ese momento sólo me quedaba hacerle “hablar” y el nobel, y con él el mundo, serían míos. Intenté hacerle cosquillas en los sobaquillos, pero al hacer esto la gata logró liberarse, cayendo por consiguiente a la bañera y saliendo después estrepitosamente de la misma no sin antes "acariciar" con sus afiladas garras mi pecho y mi cara (lo de la foto no soy yo, que quede claro). Antes de salir de la bañera ponunció algo que yo escuché como un “miaaauuugh..glup...blup...auuuu!”, lo que me hizo comprender que mi pecho y mi cara sangraban por culpa de creer en una puta serie americana de ficción. Vamos, que mi experimento no había dado resultado.

2- Una vez desechada y tachada de mi lista de buenas ideas la teoría de la bañera, continué con mis experimentos. Para comprobar esta segunda teoría tuve que visitar ese lugar para muchas amas de casa sagrado llamado rastro, palabra que como todo el mundo sabe deriva del latín "cutre". Compré un radiocassette más grande que mi nevera y de camino a casa paré en una gasolinera para adquirir una cinta con los grandes éxitos de Camela. Una vez en mi hogar pegué un celo en el cassette para poder sobreescribirlo. Como dice mi abuela: “eso sí era tecnología y no los cedeses esos, bah”. Pulsé el botoncito rojo y grabé el sonido que emitió mi gata al ponerle una pinza en la oreja izquiera, algo así como “weeeeauuuh!!!” (según mi novia con una hache más y una exclamación menos). Después de lo anterior reproduje el sonido al revés, lo que lo convirtió en un “!!!huuuaeeew”, igualmente ininteligible para una persona del montón tirando a tonta como yo.

¿Que todo eso lo podría haber hecho con el ordenador y me habría ahorrado los 100 euros que pagué por el radicassette? ¿Y ahora me lo dices?

3- Después de los dos fracasos anteriores pensé en la posibilidad de la imposibilidad de entender a los gatos y/o gatas, lo que me hizo llorar desconsoladamente durante aproximadamente tres segundos. Hacía calor y tenía hambre, por lo que comí un helado. Se que en este punto no he explicado ningún experimento pero es que tres puntos me parecían demasiado poco, acepten mis disculpas.

4- Por último pero no menos ilógico, me decidí a diseñar un experimento en el que no intentase entender el lenguaje de mi gata, sino simplemente le otorgase la posibilidad de transmitirme una idea. Coloqué en el suelo dos fotos: una de Rajoy y una de Zapatero; y a mi gata delante de las dos. Tras unos segundos que me parecieron meses, nuestra amiga miró primero a Rajoy; se rascó el lomo; miró a Zapatero; se lamió la pata; y por fin comenzó a perseguir una mosca que tuvo a bien aparecer en ese preciso instante.

De todo lo anterior se deducen cuatro cosas:
1- Las gatas consideran una pérdida de tiempo comunicarse con los humanos, ya que no ponen nada de su parte para lograrlo.

2- Las moscas son para las gatas más carismáticas que nuestros líderes políticos.

3- Que un felino caiga en tu bañera mientras tú estás dentro, duele.

4- Alguna cosa más que escribiré en cuanto se me ocurra. Es que me parecía interesante que el número de conclusiones fuese igual al número de experimentos.

viernes, 6 de junio de 2008

Big Fish (El gran pez) o la modificación de los recuerdos

Nosotros somos una suma de nuestro pasado (recuerdos) y nuestro futuro (nuestros planes y deseos), y en este post voy a hablar del primero de los dos planos que nos conforma: el pasado.

Resulta que un día de verano de 1817 fui al cine en carruaje acompañado de mi por aquel entonces amante rusa. Se proyectaba la película de Tim Burton Big Fish. Aquella calurosa tarde me cambió la vida (levemente, pero me la cambió)...

La película, basada en una novela de Daniel Wallace, nos muestra cómo un hijo visita a su padre en su lecho de muerte. El padre (Edward) siempre relataba su vida añadiéndole toques fantásticos y su hijo, que siendo joven había creído las historias que su padre le contaba, desea en esos últimos momentos su verdadera historia.

Con este punto de partida se nos relata la historia de Edward tal y como él siempre la ha contado, a pesar de los intentos de su hijo por conocer lo que realmente sucedió. Al final del largometraje el hijo no consigue descubrir qué partes son ciertas y qué partes no, pero acaba comprendiendo que lo fundamental no es lo que realmente había sucedido, sino lo que su padre contaba y lo que todos los demás creían. Al fin y al cabo esa era la verdad.

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Está comprobado que nosotros modificamos nuestros recuerdos a lo largo del tiempo, la mayoría de las veces mejorándolos. Y es que perdona que te lo diga, pero aquellas vacaciones con los amigos no fueron tan salvajes como las recuerdas, de pequeño se reían mucho más de ti de lo que cuentas y la primera tía a la que te beneficiaste en realidad parecía una mezcla entre un elefante y un mono, y no entre Claudia Schiffer y Nicole Kidman.

Debido a esta modificación de los recuerdos resulta que, pasado el tiempo necesario, éstos no tienen por qué corresponderse cien por cien con lo que en realidad sucedió. Si no tienes modo de comprobar lo que pasó, entonces tu pasado se convierte en lo que sucedió según tus recuerdos.

Suponiendo pues que tú consigueras creer que estuviste un día de copas con Joaquín Sabina y le ayudaste a componer la mitad de las canciones de su último disco, y suponiendo además que el resto de tus conocidos lo creyera, tu sensación pasado un tiempo acabaría siendo exactamente la misma que si aquello hubiera sucedido en realidad.

Después de este ladrillo de filosofía barata solo me queda recomendaros ver Big Fish, la cual todavía se encuentra en mi top 5 de películas favoritas, al menos hasta que tenga tiempo para ir al cine por sexta vez en mi vida.

miércoles, 4 de junio de 2008

Hay que ser "mediocre"

Como dice el caracol: hacer las cosas con prisa no es bueno.

Como dice Pocholo: demasiado tampoco es bueno.

Encuentra el término medio planificando previamente las cosas pero actuando decidido aunque no tengas la seguridad de que todo va a salir bien. Si no piensas antes de actuar puedes llegar a un punto donde en tu vida haya demasiadas cosas sin resolver, demasiados problemas sin solución; y si piensas demasiado vas a encontrar muchos inconvenientes en todo y dejarás pasar grandes experiencias y posibilidades en tu vida.

Como decía (póngase aquí cualquier nombre que suene extraño): “en el término medio está la virtud”.

lunes, 2 de junio de 2008

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